La playa de Bremen

Hoy hemos pedido permiso para marchamos media hora antes. Queremos llegar a tiempo al barco que hace el crucero.
Hay más tráfico y nos cuesta encontrar un lugar para aparcar. Al final tenemos que correr por la ribera del río para poder llegar a la taquilla donde está el agradable joven de ayer. Nos dice que hoy,  por ser laborable, el último crucero salió a las 15.15. Las cuatro nos morimos de la risa por nuestro segundo intento fallido. El chico de la taquilla también.
Como Amaya nos ha hablado de la isla que hay en el centro del río donde acuden los bremenses en verano nos dirigimos al embarcadero donde se coge el ferry que lleva hasta el Café Sand.  Son apenas dos minutos de viaje en un pequeño barco, pero intentamos disfrutarlo al máximo, después de los dos chascos del crucero original.







En el café hay una playa. Se puede uno imaginar el verano,  los niños en el agua, los partidos de voleibol, las cervezas en la terraza del café, las familias disfrutando, cómo nos había dicho Amaya. Después de una deliciosa merienda nos paseamos entre casitas de madera, cada una con su jardincillo, clubs de remo y de natación  y viandantes que corren, pasean o montan en bici.

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